La alquimia taoísta
Por
separado, introducirse en el ámbito de la Alquimia o del Taoísmo, es de por sí
profundamente enriquecedor para el que está interesado en descorrer el espeso
velo que recubre el mundo interior del ser humano. Cuando los abordamos juntos,
no podemos más que admirarnos de cómo la prolífica alma de la China milenaria
supo integrar ambas disciplinas, alquimia y taoísmo, en armónica sinergia, aumentando
si cabe el nivel de atracción de la materia. Oriente ha destacado siempre por
ser un semillero de sistemas de pensamiento y disciplinas espirituales que se
especializaron en crear mapas y guías para acceder a los recónditos recintos internos
en donde mora nuestro propio Ser. Pero si queremos traspasar siquiera el primer
umbral y entender la alquimia taoísta, debemos
dejar atrás nuestros condicionantes culturales y ensanchar los límites
de nuestra capacidad de comprensión con una alta dosis de conocimiento de la
cosmovisión, los valores, los sentimientos y las actitudes del país que la vio
nacer, la nutrió y le permitió llegar a su esplendor.
Adentrarse
en la alquimia taoísta es hacer un viaje al pasado, a la vez que un viaje a nuestro propio interior. Al pasado
porque fue en la china milenaria donde hubo muchos hombres y mujeres que desarrollaron
un elevado conocimiento, fruto del perfeccionamiento de métodos y experiencias dignos de ser
rescatados; y a nuestro interior porque en verdad el saber esencial late en
todo ser humano, sea cual sea su procedencia, con la consiguiente posibilidad
de ser activado si disponemos de las herramientas adecuadas. Comencemos pues
nuestro viaje, pero dejemos fuera de nuestra maleta, antes de partir, la necesidad
de resultados rápidos, el hambre de popularidad, la fiebre por el éxito, la creencia que las cosas importantes se pueden
conseguir con poco esfuerzo, el peso de opinión pública sobre lo que está bien
o lo que es verdad, etc.
El
Taoísmo.
Si bien
se suele considerar que el taoísmo, como
sistema filosófico, se inicia con Lao Tsé (604 a. C. - 531 a. C.), el período formativo
del taoísmo en un sentido más global discurre a lo largo de más de dos milenios,
asimilando elementos que van desde componentes del antiguo chamanismo, el confucianismo,
las técnicas de salud y longevidad, las técnicas de técnicas de desarrollo de
la energía, el budismo mahayana, y como
no, la alquimia.
El
taoísmo es, por encima de todo, una vía de liberación, como el Budismo o el
Yoga. Con una clara orientación mística, se basa en la sabiduría intuitiva en
contraposición a la racional. Lo racional tiene unos límites que lo intuitivo
traspasa. La desconfianza hacia el conocimiento y el razonamiento
convencionales es más fuerte en el taoísmo que en cualquier otra corriente filosófica
oriental. El taoísta tiene la firme creencia de que el intelecto humano nunca podrá
comprender, por ello optan por insinuar más que explicar, dan indicaciones sin
hablar claramente, ya que desconfía de las palabras por su inutilidad para
expresar lo fundamental de la vida. Pero como algo hay que decir, se hace a
través del símbolo, la imagen, la poesía y las metáforas, que en vez de limitar
a través de la conceptualización, van dirigidas a la intuición y pretenden
señalar un camino, una dirección, hacia la que llevar la experiencia
individual, no la comprensión intelectual.
El eje
sobre el cual gira el taoísmo es la idea del Tao, difícil de definir (“El Tao que se puede nombrar, no es el
verdadero Tao”), y más aún de trasmitir, lo que podemos decir aquí es una
aproximación. La palabra Tao se suele traducir por “vía” o “camino”,
refiriéndose al “sentido de la Vida”,
al “orden natural del Ser” y la “Causa suprema y misteriosa de la existencia”.
En el Tao Te King se dice: “Existe algo que es completo. Era antes que
el Cielo y la Tierra, quieto y profundo. Único y no cambiante. Autosuficiente e
inmutable. No se conoce su nombre. Yo lo describo como el Tao. Con gran
esfuerzo por catalogarlo, le digo: “Grande”. Grande es el Tao, grande es el
Cielo, grande es la Tierra, y también el Hombre es grande. El hombre sigue las
leyes de la Tierra, y la Tierra sigue las leyes del Cielo, el Cielo sigue las
leyes del Tao, el Tao sigue las leyes de su propia naturaleza intrínseca”.
Por consiguiente, como muy bien expresaba Huai Nan Tzú: “Quienes siguen el orden natural, fluyen en la corriente del Tao”.
Así
pues la idea de Tao implica al Universo como totalidad. Se manifiesta como el orden
cósmico en su aspecto más global, aplicado a la sociedad es la Justicia, al
individuo es la rectitud moral, en relación con el cuerpo es la salud y en la
psique es equilibrio o paz interior. La naturaleza es pues el mayor “patrón” o
modelo y fuente de inspiración para descubrir el oculto y escurridizo
significado del Tao. La sabiduría taoísta consiste en averiguar el modo de ser
y de operar de la naturaleza para extrapolarlo a los seres humanos. El modo de
vida establecido por los humanos era considerado artificial, así que centraban su interés en la observación
de la naturaleza, a fin de discernir las características del Tao.
Otra
fundamento del taoísmo fue la idea de la transformación y el cambio, rasgos son
rasgos esenciales de la naturaleza (observación del mundo orgánico). Pensaban que
los cambios que se dan en la naturaleza son manifestaciones de la interrelación
dinámica entre los opuestos polares yin (femenino, receptivo, noche,
oscuridad) y yang (masculino, dativo,
día, luz). En la naturaleza se perciben claramente por doquier estos polos
relativos y temporales, dinámicamente unidos
formando una unidad. Este cambio que subyace detrás de todos los fenómenos del
universo, no se considera consecuencia de fuerza alguna, sino más bien como una
disposición inmanente de todas las cosas que hace que todo suceda de un modo
natural y espontáneo.
El Tao
es la causa eficiente de este modo espontáneo de acción de la naturaleza, que
será tomada como modelo de conducta bajo el término wu-wei, que aunque se traduce habitualmente como "no acción", se refiera a no actuar
en contra del orden natural de las cosas. El sabio taoísta busca la
espontaneidad en todos sus actos, que no es otra cosa que actuar en consonancia
con la verdadera naturaleza de uno mismo.
La alquimia taoísta.
Es tan
amplia la visión del taoísmo que se expresa a través de muchas actividades o
disciplinas. La alquimia es una de las más importantes. Si entre los siglos VIII
al III a.C se considera el Período Clásico donde nace el taoísmo como sistema
filosófico con Lao Tze, Chuang Tze y el texto más famoso: el Tao Te
King; y entre los siglos I al VII d. C. el
taoísmo se convirtió en religión con Chang Tao-Ling, quien le dotó de unos rituales,
liturgia y sacerdocio; fue entre los siglos III al VIII d.C., de forma paralelamente
al misticismo, donde aparece el taoísmo alquímico con sus dos vertientes:
externa (wai dan) e interna (nei dan). El verdadero auge de la
alquimia interna no se dará hasta que declina la externa, en el S. X d.C. Será
entonces cuando los fines que persigue: proporcionarle energía (chi) al cuerpo, purificar la mente y
provocar una trasmutación de la conciencia, llegan a su máximo desarrollo
documentado.
La
alquimia interna es un conjunto de técnicas de desarrollo interior que conducen
a la trascendencia. Por un lado se lograba la longevidad en el aspecto físico-vital
del ser humano y por otro la inmortalidad o eterna juventud en el aspecto
metafísico. En el complejo proceso alquímico se utilizaban los conocimientos de
la medicina tradicional (meridianos, cinco elementos, acupuntura, moxibustión, masajes
y dietas), técnicas respiratorias, visualizaciones, ejercicios energéticos (chi-kung),
técnicas de meditación y de las artes marciales. Para describir los órganos y
canales de la energía se utilizó el lenguaje simbólico que utilizaba la
alquimia externa (mercurio, plomo, crisol, oro, cinabrio), así como los nombres
metafóricos de las etapas de transmutación que se operaran durante el proceso.
El
alquimista debía comprometerse con un largo, íntimo y esforzado proceso donde se
refinaban todas las energías del cuerpo y la mente, y la conciencia, liberada
de la “escoria”, tenía acceso a un plano de realidades trascendentes. Para el
taoísta el cuerpo y la mente no son dos elementos separados, forman una unidad
orgánica. El taoísta, gracias a la alquimia interna, obtiene en su laboratorio
interior una píldora de la inmortalidad, de
la misma forma que en la alquimia externa se transmutan los metales oro. Esta “píldora”
es un tipo de sustancia destinada a reparar los daños provocados por el desgaste
del paso del tiempo debido a factores físicos, energéticos, sexuales,
alimenticios, emocionales, sociales y mentales, que conducen a una pérdida
continua de la energía en forma de goteo (lou),
que termina conduciendo a la muerte.
Existe
una relación entre macrocosmos (universo) y microcosmos (hombre) que relacionaba
los cinco elementos cosmológicos (agua, fuego, madera, metal, tierra) con los
órganos del cuerpo humano. También con estereotipos físicos, sabores, colores,
estaciones, temperatura, chakras, estados mentales y emocionales. El hombre
posee pues todos los elementos que constituyen el cosmos y todas las fuerzas
vitales que aseguran su renovación periódica. El alquimista es conocedor de
cómo reforzar determinadas esencias, reequilibrarlas, refinarlas. Para desarrollar
la Gran Obra alquímica el cuerpo entero a la par que la propia conciencia son
el atanor; los centros de energía u órganos internos son el crisol y el horno y
la materia prima que deberán refinar y transmutarse son los tres tipos de
energía: la esencia jing (corresponde
con el cuerpo físico); la energía chi
(la energía vital) y el espíritu shen
(las funciones de la mente). El alquimista debe recoger estos tres elementos, mezclarlas
dentro del crisol o centros energéticos para su cocción, gracias a la acción
del pensamiento concentrado, que representa el fuego.
En la
concepción Taoísta el ser humano tiene tres centros energéticos mayores capaces
de recibir, almacenan, transmutar y trasmitir energía (chi). Son los denominados tantien
o campo de elixir, y que están localizados en un eje vertical que atraviesa
el cuerpo (a la zona del abdomen, de la caja torácica y del cráneo) coincidiendo
con el canal chong mai o Canal Vital.
Cada uno de ellos tiene además una “puerta” hacia el exterior localizada en el canal
du mai llamadas: ming men, shen sao y feng fu. El xia tantien o Tantien Inferior,
localizado por debajo del obligo, coincidiendo con el centro de gravedad
del cuerpo, sirve de almacén de energía o chi.
Alquímicamente, en este alambique inferior, se condensa la energía jing que se transmutaba en chi en su ascenso hacia el alambique del
zhong tantien o Tantien Medio.
Posteriormente el chi se sublimaba en
shen en su ascenso hacia el alambique
del shang tantien o Tantien Superior.
Por último, la sutil energía Shen, se
refinaba hasta alcanzar el estado de vacuidad o wuji (estado del universo primigenio indiferenciado) que permite retornar
al Tao. Esta liberación final era denominada “inmortalidad”. La tradición le
denomina “Inmortales” a los antiguos sabios Taoístas que habían trascendido el
estadio humano y según el mito, habitan en la Isla de los Inmortales, y desde
allí inspiran a los demás seres humanos en su esfuerzo para llevar a cabo su
propia obra alquímica. Reunirse con los Inmortales simbolizaba trascender la
condición humana y participar de una existencia intemporal y espiritual.
Antonio Marí Planells